¿El fin de la comunicación personal?

En relativamente pocos años hemos pasado de la carta manuscrita a la llamada por teléfono (para llamadas largas mejor los domingos, que era más barato) a la incomunicación personal. Paradójicamente, en un mundo colapsado de nuevas tecnologías de la información y la comunicación, estamos olvidando hablar con el otro, saber de él (de primera mano), preocuparnos por cómo está.



Sí, porque hoy no hablamos, no dialogamos, somos meros exhibicionistas y mirones: por una parte, nos dedicamos a publicar en redes sociales dónde estamos, con quién, lo que estamos comiendo o lo que nos gusta. Y, por otra parte, disfrutamos viendo lo que los otros publican, dónde están, qué hacen, qué coche se han comprado...

Nos enteramos de que nuestra amiga ha tenido un hijo porque de repente su foto de perfil de WhatsApp ha cambiado. Y con eso nos vale. Ni siquiera le preguntamos cómo se llama. Ya nos enteraremos. Ya lo dirá (publicará) algún día.

Sabemos que alguien ha cambiado de trabajo porque ahora sus fotos son con otra gente, en otro sitio. Y ya está. Es la noticia rápida, una más entre las millones de novedades que nos acosan día a día. No le preguntamos. No nos lo cuenta. Ambos confiamos en que ya nos enteraremos...

Ni siquiera en casa tenemos tiempo para hablar. Ni siquiera el tiempo del desayuno o de la cena sigue reservado al diálogo.



Tampoco WhatsApp ayuda mucho, convertido en la mayoría de las ocasiones más en una herramienta para compartir bromas que en una de comunicación. ¿Cuántos grupos tenemos ahora mismo en el chat? ¿Cuántas conversaciones con otra persona?



Comentarios